Adulterios didácticos
Hemos tratado Garcilaso. Es curioso que tenga que empezar tratando la vida del autor para captarles la atención: era adúltero y tuvo un hijo ilegítimo al que reconoce en su testamento. Decir el adúltero Garcilaso choca como para que estén atentos a sus poemas. Siempre está bien quitar un poco de hierro sacramental a las viejas glorias. Pero ¿por qué no puedo hacer lo mismo con los poemas? El autor, a fin y al cabo, es una mezcla de ficción crítica, realidad histórica e invención semiótica. La vida de un poema es como poco igual de interesante. ¿Y llamar a un poema adúltero? Yo lo traté de hacer, convenciéndoles que los poemas son también adúlteros porque unen citas de muchas partes: ahora de Petrarca, ahora de Bembo y ahora un giro latino. Y sin embargo desconectaron. Sólo estaban pendientes de la palabra adulterio y el halo de subversión que la envuelve. No estaban para discusiones metaliterarias. Pero yo creo que está ahí la clave: la literatura está tan viva como cualquiera de nosotros y comete infidelidades, traiciones, se enamora, y suspira en su modo intra, inter y paratextual. No va mal tampoco quitar humo divino a un artefacto para leer y disfrutar. A ver si con ese giro vital se le devuelve la atención al poema y se le quito un poco al cotilleo biográfico (ya sea literario o televisivo)